miércoles, junio 06, 2007

Cali 3 - Chico 1, El dia que deje de ser un Morrocó.

Por Jose Belmer Guerrero

El pasado domingo comprobé lo fascinante que es para uno, como buen aficionado al fútbol, asistir al estadio. El intenso verde de la cancha, el cielo azul, el verdiblanco de las camisetas que con orgullo lleva la gente, los uniformes de futbolistas, policia, cruz roja, personal de logística y hasta el de los vendedores de maní, se combinan con los letreros publicitarios formando un popurrí de colores.

Contra el Chicó F.C., el SuperDepor empezó con pie derecho, Domínguez anotó temprano y parecía que los íbamos a aplanar. Mi fé en ganar el partido se hizo fuerte. Mi hija, que por primera vez iba al estadio, me ayudaba a mantener la sonrisa con sus comentarios de novato, como el que hizo al minuto 15: “Papá, y el señor que narra los partidos ¿cuando va a empezar?”.

Era un triunfo parcial sobrio y bastante racional, a tal punto que Ricardo y yo ni nos despeinábamos ante las oportunidades desperdiciadas, e incluso, no saltábamos, concientes de la inundación que había en la gradería y cubría nuestros tenis.

Las ocasiones anteriores en que fui al estadio sucedió lo mismo, un gol repentino en contra, traído de los cabellos, con el cual el equipo visitante empataba o ganaba. El pasado domingo no fue la excepción. Transcurría el minuto 41 del partido, y la entretenida tarde en el estadio se oscureció, tal vez porque daban las 6:15 pm, pero sin duda también porque apareció “Palmira” Salazar y se inventó un gol en la única ocasión que tuvieron. En ese momento pensé que jamás volvería al estadio, porque definitivamente yo era el Morrocó de mi Deportivo Cali.

En el entretiempo no había más que caras largas, las cuales combinaron perfectamente con una aguada y costosa gaseosa que compré para pasar el trago amargo, y con el pastel de hojaldre que resultó ser una mala imitación de los tradicionales de La Locura. Hasta ahí no podía ser peor.

El segundo tiempo empezó y los 25 minutos iniciales fueron eternos y tediosos, una real tortura para los nervios. El hecho es que a los 25 justamente me acerqué a Ricardo y, con cierta desesperación, le exclamé lo que había estado retumbando en mi cabeza por casi una hora: “¡Necesito que hagan un gol!. No puede ser que hoy me vaya siendo un morrocó!”. Fue una petición celestial, porque de inmediato y como pasó con Moisés, se abrió la cancha de la misma manera que él lo hizo con el mar rojo y el Chapulín Cardetti guió al balón hasta el fondo de la malla… y Ricardo, mi hija y yo no lo pensamos más, estallamos de júbilo y saltamos cual ranas en estanque, celebrando a rabiar el gol y mojando todo lo que hubiese alrededor nuestro.

Pocos minutos después vino el tercer gol que nos dio la tranquilidad, y cuando el árbitro pitó, miré al cielo, agradecí y decidí contarles que a mis 31 años dejé de ser un Morrocó.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cagaos como siempre...
Que falta de amor por la camiseta.
Mientras nosotros sufrimos por el equipo, ellos no le ponen guevos!!!

Que triste reaparición del Blogg

Hugo dijo...

:)
Que buena nota.. refleja lo que todos sentimos y sufrimos cuando decidimos acompañar a nuestros 'inconstantes' o siempre caga'os equipos Colombianos. Estoy lejos de ser hincha del 'super depor', pero como Caleño los acompañâba en lo que quedaba del campeonato... de nuevo: pa'la prôxima serâ...